domingo, 23 de enero de 2011

Contando cuentos en Marruecos IV

Salimos de Rabat a las ocho de la mañana camino a Casablanca. Al pararnos en un semáforo veo a nueve personas sentadas al borde de la acera sujetando entre sus manos unas fotografías de un bebé, un joven, una mujer...

Le pregunto al chófer que está haciendo esa gente allí. Protestan, me dice. Ellos no hablan, ni alzan el brazo a gritos. No se puede saber qué dolor se esconde detrás de esas fotos. Cuando el coche arranca vuelvo la cara para seguir mirándoles por el cristal trasero, y ellos continuan como estatuas con sus fotografías entre las manos. No creo que consigan nada, tan solo la dignidad de protestar por algo que consideran injusto.

El coche se adentra en la autopista. Los carriles se van estrechando por las obras. Así que se conduce raro. Muchos coches van en la línea intermedia. Es decir, el coche está entre el carril lento y el rápido. Así que el que viene detrás no puede adelantar. Pero tienen sus códigos. Cuando un coche quiere a delantar a otro en la autopista, le pita. Y si es de noche le da las luces largas de forma intermitente, como aviso de que va a delantarle. Mercedes nos comentó que no se atreve a conducir por allí, aunque lo intentó. Se apuntó a una autoescuela para hacerse con la conducción de Rabat hasta que el profesor le enseñó que en las líneas continuas también se adelantaba.

Llegamos a Casablanca. Es una ciudad más grande e industrial. Huele a canela y mar.

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